Rev. chil. endocrinol. diabetes 2008; 1 (2)    Volver a Índice

 

Personajes de la Endocrinología

Fuller Albright: modelo de investigador clínico y endocrinólogo general

José Adolfo Rodriguez P.

Fuller Albright nació en 1900, en Buffalo, al norte del estado de Nueva York, en el seno de una familia acaudalada. Asistió a un colegio privado que había sido fundado por su padre en el cual se distinguió más por ser capitán del equipo de fútbol que por cualquier inquietud científica. Terminado el colegio, entró a Harvard, pero al año y medio se enroló como aspirante a oficial de ejército, período durante el cual se produjo una pandemia de influenza de la cual se recuperó pronto, pero de la cual se piensa que originó el Parkinson que le afloró años después.

En 1920 entró a la Escuela de Medicina de Harvard, de la cual se graduó en 1924. Entre 1925 y 1926 hizo un internado (beca, para nosotros) en el Hospital General de Massachusetts. Ahí conoció a Joseph Aub que fue de los pioneros estadounidenses en el campo de la endocrinología, con el cual quedó maravillado. En 1927 se fue a trabajar a Johns Hopkins, en Baltimore, donde pudo dar sus primeros pasos en el estudio del metabolismo del calcio. En 1928 se fue becado a Viena a trabajar con Jacob Erdheim, llevando ya una mente científica bien desarrollada. Pero fue Erdheim quien descubrió y estimuló su extraordinaria capacidad intuitiva y su poderoso pensamiento inductivo.

En 1929, ya capacitado para trabajar independientemente, volvió al Hospital General de Massachusetts donde en endocrinología había un laboratorio que sólo hacía tests de embarazos por la técnica de inyectar orina en estudio a ratas y ver si se inducía efecto estrogénico en el frotis vaginal. Fuller Albright lo convirtió en el mundialmente famoso laboratorio endocrinológico del “Mass General”.

En 1936, mientras preparaba una presentación en Atlantic City, un colega le notó un temblor de reposo y el clásico “pastilleo” de la enfermedad de Parkinson. En 1940 ya no pudo escribir, en 1945 era difícil entender lo que decía. En 1950 aseguraba que la enfermedad le estaba afectando el intelecto.

A pesar de esta enfermedad mantenía su rutina llegando al hospital a las 9 de la mañana, llevado por el alumno que estuviera haciendo una pasada con él. Revisaba su correspondencia y luego pasaba visita a las 11, sin dejar de ver a ningún paciente. Almorzaba con su grupo y partía al policlínico de la tarde: un día era policlínico de urolitiasis y otro de disfunción ovárica. Terminado el policlínico se sentaba a tomar té con sus becarios y con su vecino de box, el Dr. Meiggs, ginecólogo, en los llamados “tés ováricos”, donde comentaban las patologías hormonales que podrían producir enfermedades ginecológicas. Otra tarde se dedicaba a revisar los datos obtenidos de los estudios en curso en la semana anterior, la que no concluía hasta haber analizado todos los datos que hubiera. Otras tardes las dedicaba a preparar conferencias, hacer gráficos y a revisar manuscritos. Volvía a su casa cerca de las 6 de la tarde y antes de comer salía a una caminata de 1,6 km por un parque cercano con alguno de sus hijos. Después de comida se iba a su escritorio a trabajar por unas horas más excepto los lunes, miércoles y viernes en que no se perdía la trasmisión radial de “El Llanero Solitario”, a las 7 y media. El día terminaba con toda la familia en la cama matrimonial donde su esposa les leía uno o dos capítulos de libros apropiados. No hay evidencias de que esta rutina se rompiera por reuniones con el decano o con algún comité o consejo administrativo.

Los sábados iba con su familia a ver alguna película y en la noche a comer a un restaurante; los domingos al almuerzo recibía a algún profesor visitante, invitaba a algún becario o alumno. Después de almuerzo rastrillaba las hojas del jardín y después de comida oía la música popular del momento. Sus gustos eran sencillos, no era un intelectual y sus lecturas eran fáciles.

Sin embargo, su productividad científica fue extraordinaria: escribió 118 trabajos, la mayoría de los cuales fueron hitos en el desarrollo de la endocrinología.

¿Cuál era su método? Curiosidad para detectar las manifestaciones clínicas y preguntarse por las relaciones entre ellas, planteando numerosas hipótesis alternativas. Luego, desarrollar algún instrumento de medida, “medir algo” y confrontar las hipótesis con las mediciones obtenidas, rediseñando la fisiopatología subyacente. Prefería el estudio minucioso y completo en sala metabólica de unos pocos pacientes antes que el de grupos grandes, aplicando métodos estadísticos para establecer diferencias.

De este modo, sus primeros trabajos describieron los efectos renales de la PTH; luego describió la osteoporosis postmenopáusica y el efecto benéfico de los estrógenos; luego el raquitismo resistente a vitamina D y su tratamiento; más tarde, la acidosis tubular renal y su terapia con álcali; desarrolló el tratamiento del hipoparatiroidismo con calcio y vitamina D; amplió los descubrimientos de Turner en disgenesia gonadal; describió con su becario Donovan McCune la displasia fibrosa poliostótica con sus manchas color café con leche y pubertad precoz; desarrolló el concepto de resistencia periférica de órgano blanco basado en sus estudios sobre el pseudohipoparatiroidismo. Con otro de sus becarios, Harry Klinefelter, describió el sindrome que lleva el nombre de éste; con Ann Forbes describió el síndrome de amenorrea, galactorrea y tumor hipofisiario. Descubrió la fisiopatología de la hiperplasia suprarrenal congénita y del sindrome de Cushing. Fue el primero en sugerir que la combinación de estrógenos y progesterona podrían actuar como anticonceptivos. Describió el sindrome de leche-álcali; estudió y aclaró los antecedentes metabólicos de la urolitiasis; desarrolló una terapia racional para las metrorragias disfuncionales, que antes invariablemente llegaban a la histerectomía.

Con estos antecedentes su reconocimiento en el mundo académico fue rápido: en 1943 fue elegido presidente de la ASCI (Sociedad Americana de Investigación Clínica) en cuya sesión de 8 de mayo de 1944 dio lectura a su famoso discurso “Some of the “Do’s” and “Do- Not’s” in Clinical Investigation”2, que hasta hoy constituye el mejor decálogo del investigador clínico. En 1946 fue elegido presidente de la Endocrine Society.

En 1954 emprendió un viaje por mar hasta Chile para asistir como invitado de honor al III Congreso Panamericano de Endocrinología, que se hizo en Santiago.

En 1956 estaba tan incapacitado por su Parkinson, que decidió someterse a una intervención quirúrgica experimental en contra de la opinión de todos sus médicos. Inicialmente vio resultados favorables, pero al séptimo día presentó un AVE del que nunca se recuperó, perdiendo la capacidad de hablar y de moverse voluntariamente. Sin embargo, desde 1952 su trabajo quedó interrumpido. Murió el 8 de diciembre de 1969.

Su legado se ha difundido por el mundo en sus discípulos, entre los cuales, además de los mencionados, se cuentan nombres como Frederic Bartter, Alexander Leaf, Felix Kolb, Edward Reifenstein. A raíz de su visita a Chile, el Dr. Jorge Litvak se fue a trabajar con él durante los años 1956 y 1957. A su regreso organizó el Servicio de Endocrinología en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, en el cual instaló una sala metabólica inspirada en los métodos del Dr. Albright y en ella pudo iniciar en el país los estudios del metabolismo fosfocálcico, continuados posteriormente en el mismo lugar por el Dr. Hugo Pumarino.

Referencias

  1. Loriaux, L. Editor’s Introduction. En: Uncharted Seas. Fuller Albright y Read Ellsworth. Editor: Lynn Loriaux. Kalmia Press, Portland, Oregon, 1990.
  2. Albright, F. Some of the “Do’s” and “Do-Not’s” in Clinical Investigation. J Clin Invest. 1944; 921-926.